INMORTALIDAD

De tanto inspeccionar los diferentes rincones de la casa, me puse a ordenar la biblioteca y a tomar algunos libros en mis manos, para darles vida momentánea después de tanto silencio. Creo que muchos de ellos esperan este momento para vivir unos instantes frente a mis ojos. En una esquina olvidada, encontré un pequeño libro sobre las tribus del amazonas. Me lo había obsequiado Ernesto hace 40 años en nuestro viaje a esa parte lejana de nuestro país. Recién graduados de la universidad y llevado por sus inquietudes esotéricas, nos fuimos de viaje al amazonas a vivir un tiempo con los indígenas. Después de la isla de los micos llegamos a un grupo Huitoto y nos quedamos unas semanas con varias familias en su maloca. Salíamos a pescar, cazar y en varias noches traspasábamos la dimensión normal con rituales de yagé. Con cada experiencia, el cuerpo y la conciencia se adecuaban mejor al trance de los sueños. Ernesto entusiasmado me decía:

-Esto es la locura viejo, es como un espejo que te muestra el reverso de lo que eres. El tiempo se diluye, se amontona y en un solo instante se te acumula el pasado, el presente y el futuro. El espacio se vuelve inmenso y transparente. Se profundiza entre colores y animales que te saltan. El espacio te da fuerza, se potencializa y el tiempo muere, se vuelve cíclico. Ese puede ser el principio de la inmortalidad.

Lo decía al final en forma ceremoniosa, ante mi confusión.

En el viaje de regreso, Ernesto se trajo su buena dote de hierbas para continuar con su experimento. Nos vimos un tiempo después, pero luego le perdí la pista, ya que me vine a vivir y a trabajar a otro país. Con el libro en la mano, me empezó a intrigar su vida y su paradero. Llamé a varios amigos y entre redes que volvían a tejerse, di con su hermana Laura. Lo que me relató, me dejo sumido en la tristeza: A los pocos años de nuestro viaje, Ernesto tomó la decisión de vivir con los Huitoto. Solo se llevó unos cuantos libros, no necesitaba nada más. Aprendió más y más la cultura y el ritual del yagé y se convirtió en un verdadero chamán. Ensanchaba el espacio, lo creaba, lo fusionaba. Desdoblaba el tiempo, lo detenía, le quitaba las orillas y jugaba con su centro. Vivía en verdad en otra dimensión y en otro tiempo sin tiempo. De tanto experimentar, un día comprendió que lo que eliminaba no era el tiempo, sino su transcurrir. El tiempo lo moldeaba como dentro de una esfera sin fin. Podía vivir muchos años, toda su vida en un instante. De golpe se dio cuenta que la inmortalidad eran capas infinitas que se repetían en forma tediosa y sin asombro. Ese día tomó sus libros y se internó en la selva, no quería repetirse. Nadie volvió a saber de él.

 

             Aníbal 6/5/20 


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