VIRUS
Nos sumergimos todas
las noches en sueños fantásticos que se desvanecen en la vigilia, pero nos
cuesta creer que en la realidad lo que parece un sueño, continúe en igualdad de
condiciones, sin despertar alguno. El encierro era total y solo nos comunicábamos
por los aparatos electromagnéticos y añorábamos la simple sociabilidad que
siempre ha caracterizado a los humanos. Ya no éramos seres sociales, sino más
bien distanciadores sociales potencialmente peligrosos. A pesar de que el virus
se extendía por todo el planeta, en los meses de pandemia no se descubría su
causa real y seguíamos a tientas tanteando soluciones, con un pasado a cuestas
que incrementaba la angustia histórica de que somos frágiles e insignificantes
ante el caos. Hace un siglo, en plena primera guerra mundial y de pronto por su
causa, el virus de la llamada gripa española, se llevó a más de 50 millones de
personas. Se llevó entre otros, los colores y la armonía de Gustav klimt y Egon
Schiele y la poesía de Apollinaire.
Pero como no hay
situación crítica, susceptible de empeorar, hace un tiempo se descubrió por fin la causa del virus: se trataba
de un fragmento de RNA de célula degenerada, debido a los cambios
electromagnéticos a nivel orbital e individual, como los satélites y celulares.
Fue una bomba peor que las atómicas, porque ya no moríamos como personas sino
como sociedad. El único hilo que nos unía a través de medios electrónicos, se
convertía de un momento a otro en nuestro peor enemigo. Por orden gubernamental
y con apoyo del ejército, se instalaron contenedores donde tuvimos que
depositar como basura todos los aparatos electromagnéticos como los celulares,
hornos microondas, computadores y televisores. Eran la fuente del virus, además
teníamos que continuar con el encierro para evitar contaminar a las personas
sanas, salvadas por su poca exposición a estas ondas electromagnéticas. Para
comunicarnos nos dejaban volantes por debajo de las puertas y a veces los
acompañaban con bolsas de comida. Con los
días perdimos hasta la noción del tiempo. Ignorábamos lo que pasaba en el exterior
y la casa se transformó en nuestro mundo. A veces tejíamos para entretenernos, cazábamos
palomas en el patio y en las noches nos reuníamos a rehacer la historia al pie
de los fogones. Al final nos avisaron que se acababa el encierro. Salimos
temerosos y algunos animales deambulaban por el asfalto reverdecido. Vimos a
otras personas y optamos por el distanciamiento y por seguridad continuar en
nuestras cuevas. El homo sapiens social ya era historia.
Aníbal
31/3/20
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