TAPABOCAS Ya la palabra estaba herida de muerte, había perdido su fuerza y su potencia para recrear, definir y consolidar las relaciones, los objetos, los deseos. Con la permanencia del virus en la vida humana, el tapabocas era ya parte de su rostro y la gente apenas musitaba una pálida palabra detrás de esa gasa lapidaria. Junto con la palabra, se extinguían los gestos, los besos, las expresiones de la vida, los dolores y la mueca de la muerte. Solo quedaban los ojos, que solitarios y sin el apoyo de la boca, la nariz y el mentón, hacían todos los esfuerzos pero no lograban una expresión sólida y bella. Poco a poco, la gente se habituaba al sellamiento de su palabra y en vez de ello, daba vida al tapabocas. En este aditamento, que ya era parte de su cuerpo, se pintaban los principales sentimientos de una persona, ya sea de tristeza, alegría o de llanto. Se expresaban los inconformismos en una suerte de pequeñas vallas y el proselitismo político, en tiempos de campaña. Se convi
DIOSES Los Dioses se hallaban preocupados por el hombre: se había tomado en serio eso de ser el centro del universo y estaba arrasando con todo, inclusive con ellos mismos. He ahí la pandemia. Se citó entonces a una reunión urgente de Dioses en el Olimpo. Llegaron ataviados con sus mejores prendas y sorprendidos de tantos Dioses existentes que casi no cabían en el Olimpo. Algunos se conocían de vieja data y otros se miraban extrañados. Además tenían la creencia entre ellos de considerarse únicos. En primera fila se sentaron los más importantes y que aún coexistían con los humanos, en las siguientes los de menor jerarquía y al final los Dioses que habían muerto. ¿Qué hacemos con el hombre? ¿Será que nos equivocamos? Preguntó una voz que no era voz, solo pensamiento captado por los Dioses. El Dios más impaciente era el Dios de Abrahan, el más representativo y respaldado por las masas cristianas, musulmanas y judías. Propuso disminuir los ímpetus del hombre e incrementar los
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