DERROTA
DERROTA
Nos habÃan formado
para la batalla. Desde la noche anterior se presentÃa el choque inevitable
entre los dos grandes imperios. Nosotros
éramos más numerosos, pero ellos según se comentaba, estaban comandados por un
joven emperador, que no habÃa perdido
ninguna batalla. Yo llevaba mucho tiempo combatiendo y solo habÃa recibido
pequeñas heridas. Extrañaba los campos, los prados verdes y correr con mi
familia desbocados por la pradera. Pero tendrÃa que esperar a que se terminaran
estas luchas suicidas. A veces me preguntaba si valÃa la pena tanta muerte en
los campos, pero no estábamos en ese momento para cuestionar a nuestros lÃderes,
deberÃamos avanzar y arrollar al enemigo. Situados frente a frente, primero entraron
en acción los arqueros y las llamas, luego nos dieron la orden y a todo galope
desenfrenado, avanzamos contra las huestes contrarias. Los que iban a la
cabeza, fueron recibidos con grandes lanzas y atravesados en el pecho caÃan
moribundos a mi lado. Rompimos ese frente y empezó el combate con espadas. Yo
me movÃa en forma certera para un mejor equilibrio, pero de pronto me sentÃ
liviano: mi jinete, el prÃncipe hijo del gran rey de las tierras del oriente,
habÃa caÃdo en el encuentro con el joven emperador. Lo remataron en el suelo y se dio por
finalizada la gran batalla. Alarmado, corrà libre por el campo ensangrentado y
al final me reunà con los otros corceles del ejército contrario, que se
preguntaban lo mismo: ¿Tendrán ellos razón? ¿Valdrá la pena tanta muerte?
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